Se les notaba a los dos nerviosos. Quizá más que nerviosos, inquietos, expectantes ante lo que pudiera sucederles. Lucía estaba sentada con la espalda envarada como dispuesta a dar un salto y salir corriendo, los pies cruzados sobre los tobillos y las rodillas juntas, muy juntas. Fernando sujetaba con fuerza las manos de Lucía entra las suyas y la miraba a hurtadillas intentando atisbar cualquier signo de alarma. Las mejillas pálidas como el mármol de Macael y los labios en huelga de sangre; tiritaba de tensión. Les sudaban las manos a los dos pero ninguno quería desembarazarse de la mano del otro.
- Tardan mucho – susurró Fernando en un suspiro
- Estas cosas llevan su tiempo Fernando, estate tranquilo, enseguida…
Y con el enseguida se abrió la puerta. Un enfermero de mediana edad con barba de un par de días y de forma aburrida cantó el nombre de Lucía.
Los dos se levantaron como impulsados por un resorte de relojería en el mismo momento. Se quedaron quietos delante de su asiento y el enfermero volvió a recitar el nombre de Lucía. Fernando en un hilo de voz preguntó si podía pasar él también.
- Si quieres, pero vamos que esto no es más que es positivo y nada más que decir. De aquí para adelante vosotros veréis.
Fernando sintió que le temblaban las piernas y le faltaba un milisegundo para derrumbarse. Sintió que la mano de Lucía se apretaba con la suya y se recompuso.
Como si fuese a morir rememoró en una ráfaga aquella noche en casa de Lucía, que sus padres habían salido a cenar. Escuchaban música y comían snacks. Y todo se precipitó.
II
Lucía y Fernando se conocían desde la guardería. Compañeros, nada más. De juegos y alguna vez en el parque con sus respectivos padres, que también eran conocidos de las esperas en la puerta de la guardería primero y del colegio después. Cuando llegaron al instituto, las hormonas comenzaron a hacer de las suyas y el olor inconfundible de las aulas en críos de quince años les enloqueció como enloquece a cualquier chaval que comienza a abrir sus ojos a la vida real.
Miradas furtivas, sonrisas esquivas y charlas con amigas de lo tontos que se estaban poniendo los niños con esa edad, formaban parte del día a día del patio del colegio. Hasta que el simpático de turno tuvo la ocurrencia de levantar la falda de Lucía (podía haber sido cualquier otra) delante de toda la clase y a Fernando le subió la ira desde los talones hasta la cabeza donde le explotó, le hizo perder la cordura y se lanzó como un comando suicida sobre el tontorrón gordito y graciosillo y le machacó la cara a puñadas. Ni el mismo puso explicarse lo sucedido cuando el director le llamó a consultas y una vez venidos los padres se le condenó a tres días de expulsión. Las heridas del gordito chuflón tardaron unos días más en curar.
Esos tres días que Fernando permaneció castigado en su casa, Lucía no faltó a visitarle, sin saber como darle las gracias por la caballeresca defensa que había hecho de su honra y Fernando no cesaba de quitarle importancia protestando que habría hecho lo mismo en cualquier circunstancia sabiendo en sus adentros que era Lucía la que había despertado en él el instinto asesino.
De las explicaciones, agradecimientos y excusas pasaron a los silencios compartidos y a las lágrimas de emoción solo con mirarse los ojos. El primer beso sucedió con la naturalidad con que llueve en otoño y el contacto lubrico entre sus dulces lenguas con la que salen a continuación las setas. La collera estaba formada.
Cuando Fernando reingresó a las aulas pasado el castigo, oficializaron su relación mediante el incontestable método de darse la mano durante el recreo. Todo el mundo, claustro incluido, colocó la ultima pieza del puzzle que se empezó a formar cuando el chaval le rompió los morros al gordito guasón.
III
Salieron a modo de dos espectros pálidos flotando del centro sanitario donde acababan de desorganizarles su vida de adolescentes. Fernando a punto de cumplir los dieciocho y Lucía con dieciséis largos.
Deambularon cogidos de la mano sin hablarse, sin mirarse, sin atreverse a respirar siquiera hasta que Lucía rompió el velo espeso de incertidumbre.
- Yo lo quiero tener, porque es hijo tuyo.
IV
Estaban sentados en el sofá viendo la MTV y Fernando tenía el cuenco de las palomitas en su regazo. Lucía con intención o sin ella volcó el recipiente sobre el chico y se aprestó a recogérselas.
- ¿Esto tan duro que tienes aquí? – y soltó una carcajada por la ocurrencia y el atrevimiento.
- Tú eres la causante de la dureza. Estar a tu lado me pone loco – dijo esto mientras se rebuscaba en el pantalón dejando escapar su excitación dejándola a la vista de Lucía para inmediatamente esconderla – perdona, ha sido un impulso, lo siento…
- No, tonto – replico sonriendo la chica – si me gusta. Déjame que la vea otra vez.
Sin poder impedir el rubor en sus mejillas Fernando se descubrió su sexo. Lucía se lo tomó con cuidado entre sus dedos y lo acarició. El chico se estremeció entrecerrando los ojos sin saber si iría a morir o a quedarse en evidencia delante de su chica eyaculando como un principiante. Pero un fuego dentro de él le guió el cuerpo entero estrechándolo contra el de Lucía buscando instintivamente sexo a sexo. Lucía se dejó llevar y en instantes estaban los dos desnudos sobre el sofá con los acordes que MTV quería emitir como música de ángeles de fondo. Los cuerpos se acoplaron con sencillez inusitada, la que presta el amor expresado en forma de coreografía milagrosa en una ceremonia sagrada, la primera vez, y al tiempo, sin proponérselo alcanzaron los dos los firmamentos de todas las galaxias conocidas y por conocer, permaneciendo así, abrazados para toda la eternidad hasta que la tempestad de hormonas y edad cesó en su encono por hacer de ellos un obra maestra en carne que fuese atribuible a un Miguel Ángel.
Cuando volvieron en sí habían perdido la noción del tiempo, porque durante unos instantes ellos fueron el tiempo y el espacio fundidos en una sola dimensión, la del amor.
- Que hora será – preguntó Fernando
- Que nos ha pasado, más bien – corrigió Lucía.
V
Ahora caminando sin saber bien que hacer cada uno por su lado meditaba la mejor manera de comunicar a los suyos que acababan de nacer seres nuevos, ellos dos y que gestaban un nuevo ser.
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