1 nov 2014

¡PARCA MISERIA!

Los arcángeles siempre me han tocado el coño. Tan estirados, los muy cabrones con sus historias épicas. El tal Miguel no le ha pegado una hostia a nadie desde que Lucifer se vino arriba con las dos rayas que se metió de polvo de querubín y hubo que bajarle los humos por encargo del jefe. Después se aburguesó y perdió la noción de lo patético que resulta enseñando la espada de fuego a los angelitos llanos y adornando la batallita de los cojones sin ver la tripa que ha echado. Con la guadaña lo querría ver yo, y no con lo último en tecnología armamentística celestial.
Y aún. Porque para gilipollas el tal Gabriel, que va de estrella y no pasa de cartero. Lo de ser funcionario se lo tomó al pie de la letra: lleva dosmilypico años desayunando. 
Y una, que es seria, puntual, y buena cumplidora, que lleva sin vacaciones toda la eternidad -que yo recuerde, cada día me he llevado a miles por delante- cuando llegan estos días, encima tiene que ver su caricatura colgada ridículamente en cada garito de copas. Seré una hijaputa, de acuerdo, pero que te hagan sorna del uniforme que te asignó el jefe es para coger la amoladora y pasarse la agenda de Dios por todo el forro.
De hecho, puestos a hacerse notar, estoy por ello. Coger a todos estos infelices que se ríen y hacen el payaso en la víspera de los difuntos y...

"No seas hijaputa, parca!"

Y encima el jefe dando por culo. Media humanidad quejándose de que la controlan con el teléfono y yo con conexión telepática, con lo intensito que es Yahvé. En el panteón hindú lo llevan muchísimo mejor. Trabajo en equipo, dicen, y por lo menos sus fieles les tienen un respeto.

"Respeto", vaya palabra.

No estaría de más enseñarles algo de eso a estos mortales: me voy a materializar en sus narices y verás que fiesta.
Se me acerca el dueño del garito en el que estoy (vine a llevarme a uno... Cirrosis) y cuando lo miro, se gira hacía la camarera tetona y suelta: "Niña! Invita a esta a lo que quiera, cortesía de la casa por currarse tanto el disfraz!"
El arco brillante que dibuja la guadaña es puro arte escénico. No estaba tan cabreada desde que me dijeron que al final, todos resucitan. La cabeza del pavo se ha ido por los aires hasta dar con las calabazas de plástico del chino, y Morticia siliconada chilla como una posesa. Parece que sea la única que se ha dado cuenta, porque los clientes aplauden y tienen cara de estar flipando. Que me las apunten todas a mi cuenta. Y las de estos también. No va a quedar nadie para cobrar. A la camarera me la llevo la última, clavándole la pata de una silla entre teta y teta, por pura estética gótica y por primera vez desde que el universo se iluminó, decido que ya está bien, que esto es agotador, y me siento a beberme mi copa.
Una escabechina de impecable factura, y ¿Para qué? Para nada. Quería desahogarme y acabé echando horas extras como una pringada. Eso si, el gin tonic, riquísimo. No debí cargarme a la chica esta, pero ya está hecho, así que agarro el Daniels y así paso las horas, en un taburete y sola, como de costumbre. Rodeada de caricaturas de mi misma como un sueño grotesco, solo faltaría que se sentasen también a contarme sus penas.
Salgo del bar levitando ondulatoriamente arrastrando la guadaña por el suelo, hastiada de este trabajo de mierda que no te da una puta alegría. Ahora que caigo, igual lo que necesito es eso. Darme una alegría, por una vez. ¿Estará libre Lucifer? A guapo no le ganaba nadie, tan arrogante siempre. Y sé que se me quería arrimar, por el morbo de lo obsceno, pero hoy me vale.
Si no estuviese tan desesperada, me daba la vuelta. Desde que crucé las puertas del infierno me persigue la sensación de que me suenan todas las caras que veo, y me satura el coco. Me dan ganas de decirles que lo mío es la ejecución técnica, no el juicio. Pero me miran igual con rencor. Pobres diablos, igual se piensan que las clases de arpa son más agradables que esto.
A Satanás me lo encuentro en su trono con media sonrisita burlona. Este no sabe como vengo yo hoy, ni la que se le viene encima. Ni de hablar le va a dar tiempo al chulapo este.
Me lo trinco ahí mismo, en ese trono que es el epicentro de la maldad, y el idiota, a medio polvo, suelta dos lágrimas y se queja de que con lo delgada que estoy le clavo los isquiones y le duele. Tampoco tu rabo merece su fama -pienso- y debe de leerme los pensamientos, porque se rehace picado en el orgullo demoniaco y me pega un repaso en cuatro que me deja cada vértebra mirando a una estrella...
En el fondo, es un romántico resentido. Otro actor más interpretando su papel. Pero en esta intimidad que nos brinda el inframundo, no se puede ser más cariñoso y atento. No ha dejado de acariciarme la rala melena, ni de lamerme las cuencas oculares desde que se vino pirotécnicamente. De hecho, debería ir preparándome para el castigo divino, pero prefiero prolongar el momento.

-Ay, Parca... Esa matanza de hoy fue puro arte.

-No me adules, Bel, que te veo venir.

-¿No te gustaría intentarlo? Tu y yo, juntos... Derrocar al jefe y cambiar el orden divino.

-¿Y cambiarlo por otro que además quiera darme por culo? ¡Anda a cagar!

Y así me largo, tan cabreada como llegué. A medio camino de la salida, veo que me saludan dando saltitos.

-¡Aquí, tía, ven! -Coño, la camarera!-

-Hola, y disculpa que te llevase antes de tiempo.

-No importa, tía. ¿Te pongo una copa?

-¿No me guardas rencor?

-¡Qué diiiiices! ¿Tú has visto que pedazo de fiesta de Halloween?

No la vuelvo a matar porque la tontería no tiene arreglo. Mejor, me tomo la copa.

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