26 may 2015

ÁRBOL CAÍDO, ÁRBOL DEL AHORCADO



El suelo se hallaba cubierto de frutos, muchos de los cuales se habían reventado al caer y se pudrían sobre la tierra. Nunca en la vida había visto un árbol tan cargado de frutos. Era un milagro que no se hubiese derrumbado bajo el peso.

Salió justo al despertar -la curiosidad era demasiado fuerte- y se quedó en pie junto al árbol, mirándolo. No había duda; eran las mismas manzanas, los mismos frutos,  que le habían servido la noche anterior. Pequeñas como manda­rinas, y algunas más aun, crecían tan apretadamente sobre las ramas, que para coger una seria preciso arrancar una docena.


Había algo monstruoso y repugnante en aquel espectáculo; y, sin em­bargo, movía a compasión ver al árbol sometido a semejante suplicio, por­que era un verdadero suplicio, no había otra palabra para designarlo, suplicio admitido. El árbol gemía torturado por el peso de los frutos, y lo más terrible era que ninguno de ellos era comestible, no iban a proliferar. Todas las manzanas estaban enteramente podridas. Aplastó bajo sus pies las que estaban caídas sobre la hierba y, en un momento, se convirtieron en una masa blanda y viscosa que se adhería a sus talones. Se vio obligada a limpiarse los zapatos con un puñado de hierba.

Habría sido preferible que el árbol hubiese muerto, seco y desnudo, an­tes de que ocurriera semejante cosa. De que le servía a nadie aquella carga de fruta podrida que cubría el suelo? El propio árbol se doblegaba lleno de sufrimiento y, sin embargo -lo hubiese jurado-, presentaba un aspecto contento, triunfal, perfecto para un ahorcado.

Adaptación de El Manzano- Daphne du Maurier

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