El
suelo se hallaba cubierto de frutos, muchos de los cuales se habían reventado
al caer y se pudrían sobre la tierra. Nunca en la vida había visto un árbol tan
cargado de frutos. Era un milagro que no se hubiese derrumbado bajo el peso.
Salió justo al despertar -la curiosidad era demasiado
fuerte- y se quedó en pie junto al árbol, mirándolo. No había duda; eran las
mismas manzanas, los mismos frutos, que
le habían servido la noche anterior. Pequeñas como mandarinas, y algunas más
aun, crecían tan apretadamente sobre las ramas, que para coger una seria
preciso arrancar una docena.
Había algo monstruoso y repugnante en aquel espectáculo;
y, sin embargo, movía a compasión ver al árbol sometido a semejante suplicio,
porque era un verdadero suplicio, no había otra palabra para designarlo,
suplicio admitido. El árbol gemía torturado por el peso de los frutos, y lo más
terrible era que ninguno de ellos era comestible, no iban a proliferar. Todas
las manzanas estaban enteramente podridas. Aplastó bajo sus pies las que
estaban caídas sobre la hierba y, en un momento, se convirtieron en una masa
blanda y viscosa que se adhería a sus talones. Se vio obligada a limpiarse los
zapatos con un puñado de hierba.
Habría sido preferible que el árbol hubiese muerto,
seco y desnudo, antes de que ocurriera semejante cosa. De que le servía a
nadie aquella carga de fruta podrida que cubría el suelo? El propio árbol se
doblegaba lleno de sufrimiento y, sin embargo -lo hubiese jurado-, presentaba
un aspecto contento, triunfal, perfecto para un ahorcado.
Adaptación de El Manzano- Daphne du Maurier
Adaptación de El Manzano- Daphne du Maurier
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