El ocaso de Marlene
¿acaso le interesa?
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Ultimos años
beber y caídas.
París
Una noche perdió el conocimiento en el baño, se agarró a la cortina de la ducha y despertó cubierta de plástico rosa. Otro día al caer, dio con la frente en el borde de una mesa de mármol y estuvo con la cara morada varias semanas.
En 1979, perdió el conocimiento en su habitación, al despertar, no pudo levantarse, fisura en la pelvis, no quiso quedarse en el hospital a hacer reposo y curarse, quiso volver a su apartamento y se metió en la cama para el resto de su vida, había encontrado la solución perfecta, cuando perdiera el conocimiento ya estaría en una cama blandita, ni pensó en dejar de beber.
Rechazó todas las ayudas, en su sancta sanctorum solo tenian entrada los que le llevaban su ansiado whisky.
Reunió en torno a si lo necesario para sus existencia, la cama era su Cuartel General, la parte izquierda "el despacho": sobres, papel, teléfono, lupa, gafas, diarios, toallitas y si fiel seis-tiros de atrezzo. Y unas pinzas de largo alcance que manejaba con gran maestría. A la derecha una estantería con su "farmacia particular": comprimidos, tubos, supositorios.
Delante de la estantería una serie de mesitas, otro teléfono, tijeras, platos, vasos, un hornillo, cepillo de dientes. Debajo estaban sus existencias de licor. A su lado dos pequeños cubos de basura, en los que echaba las aguas menores, después de orinar en un jarrón de Limoges. Al lado una vieja cacerola, procedente de la cocina de su marido que recogía el resultado de sus movimientos intestinales, las sábanas mostraban rastros de estas actividades, no dejaba que la aseasen.
Su hija, María, vivía en N. York, la visitaba a menudo.
Poco a poco, sus bonitas piernas perdieron músculo y los pies se le deformaron.
Su hija le llevaba cajas, y se entretenía ordenándolas, un día rescató un tieso impermeable de Balenciaga, tieso y lo rescató de la caja, para que la enterrasen con él, así los gusanos no podrían atravesarlo.
En 1982 las piernas estaban completamente atrofiadas. No recibía ni a nietos ni a biznietos. Fue perdiendo los pocos amigos que le quedaban. Nunca quiso una enfermera interna, solo una asistenta dos horas diarias y los porteros que a cambio de exorbitantes propinas le hacían los encargos.
A pesar del tanto alcohol y drogas, en los intervalos que tenía la cabeza despejada, conservaba la mente aguda que había encantado e intrigado al mundo. Devoraba periódicos y revistas de cuatro países y los recortaba y escribía comentarios.
Cuando moría alguno de sus amantes o conocidos famosos, mandaba enmarcar una foto y la colgaba en una pared, "la pared de la muerte".
Va a verla maría, tiene las piernas arrugadas, el pelo cortado en el frenesí de las borracheras, mechones rosa desteñido y blanco sucio, la cuelgan los lóbulos de las orejas, los dientes negros, el ojo izquierdo velado por una catarata, su cutis apergaminado, huele a alcohol y a ruina humana. En las sábanas sucias se ha sentado la muerte. Se duerme, sale su hija, mira la sala de estar donde nunca está nadie, cortinas con años de mugre, sale corriendo, necesita aire fresco.
Capilla fúnebre fría y silenciosa, María deja con cuidado la bolsita de ante que contiene sus amuletos de viaje. Solemne funeral, sin flores distintivas, todos sus amantes estaban muertos y su marido "el que lo sabia todo", también.
Su ultimo viaje, protegida y segura en un féretro forrado de plomo, vuelve su casa, a Schöneberg, un lugar soleado, jardín idílico. Marlene duerme bajo azucenas, cerca de su madre.
María se acerca a la tumba de su abuela, le dice que le ha traído a su hija para que vuelva a quererla y si puede, la perdone por haber herido a los que tanto la necesitaban. Y le susurra "sé buena con ella, necesita que seas buena con ella".
Y llora por todo el amor irremisiblemente perdido, y las deja para que hagan juntas su camino.
¿acaso le interesa?
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Ultimos años
beber y caídas.
París
Una noche perdió el conocimiento en el baño, se agarró a la cortina de la ducha y despertó cubierta de plástico rosa. Otro día al caer, dio con la frente en el borde de una mesa de mármol y estuvo con la cara morada varias semanas.
En 1979, perdió el conocimiento en su habitación, al despertar, no pudo levantarse, fisura en la pelvis, no quiso quedarse en el hospital a hacer reposo y curarse, quiso volver a su apartamento y se metió en la cama para el resto de su vida, había encontrado la solución perfecta, cuando perdiera el conocimiento ya estaría en una cama blandita, ni pensó en dejar de beber.
Rechazó todas las ayudas, en su sancta sanctorum solo tenian entrada los que le llevaban su ansiado whisky.
Reunió en torno a si lo necesario para sus existencia, la cama era su Cuartel General, la parte izquierda "el despacho": sobres, papel, teléfono, lupa, gafas, diarios, toallitas y si fiel seis-tiros de atrezzo. Y unas pinzas de largo alcance que manejaba con gran maestría. A la derecha una estantería con su "farmacia particular": comprimidos, tubos, supositorios.
Delante de la estantería una serie de mesitas, otro teléfono, tijeras, platos, vasos, un hornillo, cepillo de dientes. Debajo estaban sus existencias de licor. A su lado dos pequeños cubos de basura, en los que echaba las aguas menores, después de orinar en un jarrón de Limoges. Al lado una vieja cacerola, procedente de la cocina de su marido que recogía el resultado de sus movimientos intestinales, las sábanas mostraban rastros de estas actividades, no dejaba que la aseasen.
Su hija, María, vivía en N. York, la visitaba a menudo.
Poco a poco, sus bonitas piernas perdieron músculo y los pies se le deformaron.
Su hija le llevaba cajas, y se entretenía ordenándolas, un día rescató un tieso impermeable de Balenciaga, tieso y lo rescató de la caja, para que la enterrasen con él, así los gusanos no podrían atravesarlo.
En 1982 las piernas estaban completamente atrofiadas. No recibía ni a nietos ni a biznietos. Fue perdiendo los pocos amigos que le quedaban. Nunca quiso una enfermera interna, solo una asistenta dos horas diarias y los porteros que a cambio de exorbitantes propinas le hacían los encargos.
A pesar del tanto alcohol y drogas, en los intervalos que tenía la cabeza despejada, conservaba la mente aguda que había encantado e intrigado al mundo. Devoraba periódicos y revistas de cuatro países y los recortaba y escribía comentarios.
Cuando moría alguno de sus amantes o conocidos famosos, mandaba enmarcar una foto y la colgaba en una pared, "la pared de la muerte".
Va a verla maría, tiene las piernas arrugadas, el pelo cortado en el frenesí de las borracheras, mechones rosa desteñido y blanco sucio, la cuelgan los lóbulos de las orejas, los dientes negros, el ojo izquierdo velado por una catarata, su cutis apergaminado, huele a alcohol y a ruina humana. En las sábanas sucias se ha sentado la muerte. Se duerme, sale su hija, mira la sala de estar donde nunca está nadie, cortinas con años de mugre, sale corriendo, necesita aire fresco.
Capilla fúnebre fría y silenciosa, María deja con cuidado la bolsita de ante que contiene sus amuletos de viaje. Solemne funeral, sin flores distintivas, todos sus amantes estaban muertos y su marido "el que lo sabia todo", también.
Su ultimo viaje, protegida y segura en un féretro forrado de plomo, vuelve su casa, a Schöneberg, un lugar soleado, jardín idílico. Marlene duerme bajo azucenas, cerca de su madre.
María se acerca a la tumba de su abuela, le dice que le ha traído a su hija para que vuelva a quererla y si puede, la perdone por haber herido a los que tanto la necesitaban. Y le susurra "sé buena con ella, necesita que seas buena con ella".
Y llora por todo el amor irremisiblemente perdido, y las deja para que hagan juntas su camino.
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