8 jul 2014

CAGADAS DE CINE

Se imaginan verse frente a la cámara sin guión, sin haber ensayado, sin dobles para las escenas de riesgo? Cuando la cagas en la vida, en la película sale la toma falsa, capullos.

@miguelmblues

  Con:



El mar, también la caga y la barca, me llenó de brea.

Un fin de semana como cualquier otro de verano, en cualquier lugar como en levante, a cualquier hora como a las 4 de la madrugada, en cualquier sitio como la playa de Las Negras, ya empezamos…


Éramos cuatro, dos y dos, dos parejas, así, sin empezar ninguna partida, con los tímpanos sobrecogidos de decibelios, encallamos en una playa, llena de arena y mar.

Los otros dos, también par, se adentran en las aguas, no me inquietó su posible naufragio, la voluptuosidad de determinadas defensas garantizaban la flotación. Yo sin embrago y por no perder de nuevo la vista, mis gafas no saben nadar, decidí ocupar una barca, (de pescador o pescadores, a saber), con mi compañera.

Amenazaba tempestad, y amenazó, de vez en cuando hasta parecía que nos mareábamos en la zozobra, …y venga, y venga y...hasta que en determinado momento me increpa:
¡ para, no sigas, que me vas a marear!.

Lo siento, no seguía, sólo pretendía despegarme del chapapote entre mi nalga y la barca…

Joooo, que asco, tío…vámonos!!.


¿Cagadas en mi vida? Muchas, pero voy a relatar una que, para mi, resultó divertida.
Un grupo de amigos, de viaje turístico en Costa Rica. Nos desplazamos en microbús para recorrer y disfrutar del pais. Llegamos al Parque natural Manuel Antonio, en la costa del Pacífico. El guía que nos acompaña, nos explica el plan: Primero, recorrido por el parque y, a continuación, playa y baño. Dejamos las mochilas en el microbús y nos adentramos en el parque, contemplando su bella flora y fauna, con cuidado de no pisar alguna de las numerosas iguanas que allí habitan. De forma inesperada, acabamos en una maravillosa playa.
 
Pero.. ¿esta es nuestra playa? ¿y nuestras mochilas con la ropa de baño? ¿nuestras toallas?
En el microbús
¿Que hacemos? Allí no hay tiendas, ni chiringuitos ni nada. Solo nosotros y la naturaleza. Aparece una mujer. Lleva una bolsa con pareos, que nos ofrece para comprar.
¡Resuelto el problema!

Compramos nuestros pareos sencillos y baratos y nos preparamos para usarlos como bañadores. Esta punta por aquí, esa otra entre las piernas, nudo por un lado y por el otro...

Parece sencillo ¿verdad? No lo es tanto...
Nuestro aspecto es cómico con ese gurruño de tela anudada de forma ridícula a nuestro cuerpo.
Los chicos también tienen dudas. La mayoría decide bañarse en calzoncillos, que muestran de formas y colores variados. Alguno se anima al pareo.
Y así, de esta guisa y entre risas, nos adentramos en ese mas cristalino, pero con algunas olas.
¿Olas? ¡Olazas! Nos engañaron bien, a pesar de ser todos gente de mar.
Con la primera ola, nos quedamos como Superman, con su capa al aire.
Con la segunda ola, la capa la teníamos enrollada en nuestra cabeza.
Con la tercera ola, afortunadamente, la capa se desprendió y nos dejó libres.

Si, libres...¡que placer!
Los chicos también perdieron sus calzoncilos. Dicen que se los llevaron las olas...Seguramente ellos han ayudado...

Y así, fuera de guión, nos encontramos dieciocho amigos practicando nudismo en una playa de aguas transparentes como el cristal.





Vodevil
El arranque de esta historia comienza por un final.

Durante dos meses estuvimos rodando en la zona de Valencia una película cuyo nombre no mencionaré puesto que, aunque no deseo olvidar aquella experiencia, no deseo tampoco dar una serie de pistas que ayuden a identificar a los personajes reales que intervinieron en esta anécdota que paso a relatar:

Tras mil batallas, propias de las producciones de bajo presupuesto; concluimos el rodaje de la película con dos días de retraso sobre el plan de trabajo. Dicho retraso supuso un traslado de los técnicos, actores y actrices, los que procedíamos de Madrid, a viviendas particulares que pertenecían al productor valenciano y de sus socios. El hotel donde nos alojábamos cerraba su acuerdo de patrocinio (eso nos dijeron) y la productora ya no podía hacer frente a un incremento en los gastos.

El caso es que, por una cosa o por otra, nos vimos instalados en casas cuya distribución de habitaciones no nos era familiar ni lo sería. El poco tiempo libre no lo empleamos en hacernos a la idea de dónde estaba qué. Uno sabe encontrar lo necesario de un domicilio cuando lo necesita sea o no sea el suyo.

De este modo, al concluir definitivamente el trabajo, se impuso la consabida fiesta de fin de rodaje que, como es de suponer, sirvió para que, entre copas y estupefacientes valencianos, se liberara la cordialidad, se dijeran opiniones ocultas y se desataran las tensiones sexuales no resueltas. A todo ello se le añadió el factor del agotamiento físico del personal que determinó que, en cuanto se establecieron cláusulas claras sobre compartir cama entre los nuevos amantes, se impuso disponer de ellas a nada que se tuviera oportunidad.

Tan sólo quedaba un inconveniente que resolver: varias personas por casa y una sola llave a repartir en todos los supuestos.

Para que la necesidad de tomar posturas más cómodas y placenteras se pudiera llevar a cabo, debías coordinarte con el resto de los inquilinos de los hogares improvisados. En algunos casos con dos personas, en otros con tres, en los más sangrantes con cuatro.

Un jaleo que se soluciona con apaños beodos: gente que recién ha ligado se une a gente que ya estaba liada y, por otro lado, quienes tienen esperanzas de que con algo más de tiempo mejore su situación van tomando posiciones sin perder de vista una posibilidad: si fracasan y pierden de vista a quienes tienen la llave de sus respectivos alojamientos terminarán peleándose con timbres y con puertas hasta que alguno de los que se fueron primero se despierte.

Esto último ya les ha ocurrido a la mayoría y pretenden evitarlo.

Así las cosas, se produce un cambalache de llaves, de alojamientos y de dormitorios. La mayoría dormirán en lugares donde no tienen ningún efecto personal. Ni cepillo de dientes, ni ropa, ni, por supuesto, idea alguna de la distribución de dormitorios en los diferentes domicilios.

Y es aquí, explicado todo este contexto, cuando llega el momento de centrar la acción en dos parejas que se han hecho con una de las preciadas llaves. Para poder manejarme con sus nombres los llamaremos Chica A que se enrolla con Chico B y Chico C que ya se había liado durante el rodaje con Chica D.

Una ley no escrita de toda fiesta de fin de rodaje estipula que lo que ocurre esa noche no ha ocurrido jamás, quizá porque todo lo que ocurre en dichas noches sea un compendio de pequeños desastres olvidables. Por esta razón no definiré las escenas de cama iniciales pues cada uno de los protagonistas me dio una versión muy diferente de lo ocurrido.

Donde coinciden todos es en lo que ocurre unas horas más tarde cuando, aún de noche, el Chico B se despierta a punto de mearse prácticamente encima. Sin saber ni cómo ha llegado a ese lugar desconocido, corre por la casa —que es enorme— hasta que encuentra un aseo y logra aliviarse.

Al salir del cuarto de baño constata una realidad: no sabe de dónde ha salido. Está medio dormido, muy ciego, muy perdido y en pelota picada. Por no saber no sabe ni dónde se encienden las luces del pasillo donde se encuentra.

Pues bien, el Chico B se deja llevar por su sentido de la orientación creyendo que éste funcionará tarde o temprano. A tientas llega ante la puerta de una habitación que no sabe si es la suya. La entreabre y atiende por si algún sonido delata que está en lo cierto. El sonido llega. Un breve ronquido femenino le hace sentirse orgulloso de ese sentido suyo de la orientación que, como puede suponer el lector, le ha llevado hasta el dormitorio que ocupa la otra pareja.

El Chico B, cansado pero fogoso, ni corto ni perezoso se introduce en esa cama, que ahora ocupan tres, y entre caricias, suspiros y carantoñas seduce a la Chica D que, a oscuras y colocada, tira para adelante sin prestar atención a otra cosa que no sea el placer que está sintiendo.

El Chico C, que duerme a moco tendido, se siente molesto ante la falta de espacio y, por fin, gruñe y se queja en voz alta. Es en ese momento en el que la Chica D se da cuenta de lo que está ocurriendo, no sabe cómo ha podido suceder pero, en lugar de cortar por lo sano, decide tirar para adelante pase lo que pase.

Y pasa lo que pasa siempre en estos casos. Él Chico B que termina y cae dormido como un ceporro y la Chica D que no se siente tan a gusto y comienza a darle vueltas a la que se puede liar a la mañana siguiente.

Ni corta ni perezosa decide incorporarse de la cama, recoge su ropa y, sin hacer ruido, sale de escena para echarse a dormir en un sillón.

Hasta aquí la cosa es más o menos previsible.

Bien entrada la mañana el mundo exterior comienza a hacer sus ruidos y, con él, se despierta la Chica A que ha terminado durmiendo sola sin saberlo. Se viste y comienza a investigar por la casa. Da con la Chica D a la que hemos dejado durmiendo en un sillón. La intenta despertar y, al no conseguirlo, termina preguntándole, suave, si ha visto marcharse al Chico B.

¿Y qué hace al Chica D en su inconsciencia? Pues con toda naturalidad le responde que el Chico B ha dormido en su habitación. Extrañada, la Chica A, que con esa estupenda luz de Valencia ve perfectamente, se encamina pasillo adelante hasta la habitación de la Chica D.

Un poco antes, en el interior de esa misma habitación se ha producido un hecho singular. El Chico B, nuestra estrella de la noche, aún entre sueños, ha vuelto a sentir esas alegrías mañaneras tan apetecibles y, sintiéndose tan bien acompañado, con sigilo y alevosía ha terminado colocando toda su alegría entre las nalgas del Chico C que duerme dándole la espalda. El Chico B se arranca en contoneos y otras artes; muy a gusto él en su ensoñación pero sin imaginar la expresión del Chico C que, aterrado, con los ojos de par en par, intenta dilucidar a qué juego pretende jugar la Chica D y, ya puestos, de dónde ha sacado un consolador.

Entre preguntas de este tipo y de otro más complejo y psiquiátrico, el joven calla para no parecer un tipo cerrado a los juegos y las experimentaciones. Se deja hacer hasta que el placer llega y es entonces cuando decide girar sobre sí mismo para darse de morros con la sonrisa agradecida del Chico B que mantiene sus ojos cerrados en un gesto angelical.

El Chico C grita:
¡¡¡¡Chico BBBBB!!!! ¡Hijo de puta!—. Sin darse cuenta de que, en ese preciso instante, la Chica A, a la que habíamos dejado recorriendo el pasillo, acaba de abrir la puerta del dormitorio para encontrarse una escena que ninguno sabe explicar ni supo explicar hasta que, años después, en una cena de amigos, entre los que se encontraban ellos y ellas con sus nuevas parejas, y a la que tuve la fortuna de asistir; la Chica D, decidió desentramar un misterio que supuso motivo de cachondeo entre los amiguetes y compañeros de rodaje allegados durante mucho tiempo.





 


C'est la vie, todos tenemos anécdotas dignas del mejor film hollywoodiense o del más absurdo.  Y yo no iba a ser menos.




Que no me parecía nada a la Sirenita me di cuenta el día que, en la playa, decidí jugar con y como mis hermanos mayores a saltar las olas y dejarme llevar por la marea. Y ahí me veis a mí, oyendo atentamente a mi hermano, cuando su instinto protector me dice que me ponga de espaldas a las olas y me incline un poco. Claro que no me dijo que no lo hiciera justo en el rompeolas y sí un poco antes. Culo en pompa, mirando a la orilla, en cuanto me tragó la primera me vi como Tom Hanks en Náufrago. Nunca he tragado tanta agua. Aunque he de decir que la imagen que más recuerdo es mirar hacia abajo y ver el nudo trasero de mi bikini en medio del canalillo, y verme un labio…

Los encuentros ardientes en plan mano de Titanic tampoco me van.  Sobre todo si mi Di Caprio en cuestión remata la faena meneando el culo entre los asientos delanteros buscando pañuelos, y sonriendo al encontrar un paquete de “toallitas limpiadoras de salpicadero”. Os puedo decir que hay quién afirma que lo mismo sirven para un roto que para un descosido.

Y los paseos de compras a lo Pretty Woman tampoco son lo mío, no. Lo supe el día que estando en la capital, me agaché a recoger algo que se me había caído. Muy fina yo, y culona también, no me dio por ponerlo de nuevo en pompa, sino que doblé mis rodillas y después seguí mi camino. No había andado diez metros cuando una chica se me acerca y me dice “perdona, tienes jalado el pantalón”. No sé cuánto tarde en traducir mentalmente “jalado”. Reaccioné a las risas de mi hermana y mi amigo. Y ahí me vi yo, intentando recordar que bragas me había puesto esa mañana de verano (en la que no había nada que anudarse a la cintura), rezando porque no me hubiera dado por coger un tanga, mientras mi amigo me pasaba su maricona intentando que, como el chicle que usamos de junta, tapase aquella costura rota.




 
Vista en retrospectiva, mi filmografía comienza a ser extensa. Debuté con cinco años en el papel de Spiderman, tirándome de una azotea con un traje prestado. Volé mientras trataba desesperado que brotasen telarañas de mis muñecas, y una pierna rota me hizo aficionado a la física.



Poco después, fui astronauta travestido cuando mi vieja me hizo el traje con raso brillante, y aquella fiesta se convirtió en una auténtica odisea en el espacio.

Tenía tanta imaginación que me encasillé en el papel de. Bastian. Anduve años perdido a lomos de un león, corriendo dunas multicolor y buscando un recuerdo que me devolviese al mundo. Para cuando volví, nadie me mandaba guiones de galán juvenil. Tampoco el acné ayudaba.

Decepcionado, probé suerte en el porno. En mi primer escena, amarraba a mi parterre a la cama y le vendaba los ojos con unos pañuelos que encontraba por casa. Ella parecía gozar y yo era feliz hasta que me di cuenta que los gemidos eran porque el pañuelo la asfixiaba. En un giro inesperado del guión, tampoco fui capaz de liberar sus muñecas cuando apareció mi familia.

De mi segunda escena, aprendí que la cera quema y me retiré.

El éxito me llegó por sorpresa, en el papel de Forest Gump. El público suele admirar mis miradas al vacío, llenas de ternura y melancolía. Hoy debo confesar que soy tonto de cojones, sin más misterio.

Ha habido, por supuesto, grandes papeles secundarios. Como eterno amigo enamorado de la protagonista guapa. O de ultravillano, el día que le podamos a escondidas el jardín de rosas a una profesora, para confeccionar el ramo de agradecimiento por su jubilación.

De lo que ya desistí es de protagonizar una comedia romántica. Los tipos como yo no salimos corriendo al aeropuerto en pos de la chica, porque sabemos que ella está hasta el coño de nosotros. Los tipos como yo nos refugiamos en un bar, a bebernos las lágrimas mezcladas con ginebra. 




Primero decir que yo soy de las que voy a buscar un negrazo a África y me encuentro un esquimal en mitad de la sabana, podría contar mil cagadas. Como aquellas maravillosas vacaciones en la playa debajo de una sombrilla tipo omaíta, a voz limpia viendo al niño chico corretear cerca de la orilla y yo sin poder levantarme a agarrarlo de una oreja, con dos ubres que ríete tú de la vaca suiza, dando de mamar a la niña y de postre, el topless del pibón de la playa, que no tenía otra cosa que hacer que colocar la toalla todos los días al lado de la mía, para colmo simpática, me sonreía con ternura …Las comparaciones no son odiosas, no, son auténticas vendettas, y yo llevaba todas las de perder, aunque por si acaso colaba ya me encargaba de sacarle todos los días un defectillo…ná, cosillas sin importancia, como que parecía….tartamuda, vizca, coja, calva, uniceja, etc….Coño, que se hubiese ido a compartir metro cuadrado de arena con su puta madre.

Pero no, os voy a contar aquella vez que fui a pasar unos días a Madrid y me prometieron una noche inolvidable. Cena y después sorpresa, el después ese, me turbaba, así que me preparé a conciencia, vestida por dentro y fuera de sugerente negro, escote generoso, melena recogida con algún mechón escapado y taconazo. La cena no fue gran cosa  pero tampoco estuvo mal, si obviamos el detalle de la racíon de patatas con alioli, que pidió al camarero para ir matando el hambre, me puse hasta las orejas. No, de patatas no….¡Colorá de fatiguita! 

Salimos de allí y le digo que si cogemos un taxi y me dice que no, que íbamos al local de al lado. No podía ser, el local de al lado era un tablao flamenco, pero un tablao flamenco cualquiera, no, uno con pinta de flamenco por lo menos…por lo menos… de los Massachusetts. Me iba a dar algo, y mientras pedía el par de cacharritos fui al baño que estaba en la otra punta del local a “retocarme”, que queda muy fino, a la vuelta todo el mundo me miraba, esta vez me sentía el pibón del local, caminaba despacio y contoneándome, así hasta que llegué a mi mesa y se acercó la mujer de la mesa de al lado susurrándome al oído: -Llevas el vestido pillado con la braga.
Hice lo que se debe de hacer en estos casos, ¿Salir corriendo?...No, beber hasta perder el conocimiento.




Nacer con la vena histriónica inflamada barrunta un número ilimitado de situaciones de película. En mi adolescencia, los días de sangre llegaban con drama, dolor y melancolía. Eran mucho con demasiado. Ahora son variados, pero la constante es que la menorrea me pone. 

Era el tercer día de mi regla y estaba que si me soplaban, me corría. Era un día de  trabajo y no podía ser muy selectiva, así que me aventuré a invitar a un compañero ―de esos que siempre están viendo porno en lugar de trabajar― a 'ponerle nata a mis fresas' en un paraje cercano que solía frecuentar a mediodía, y él aceptó de buena gana. Al llegar allí vi que sobre mi esquina habitual se había caído un árbol, así que fuimos a un lugar apartado donde la yerba estaba baja y había algo de sombra. 

En un pis pas, estaba tumbada con el vestido alzado hasta el cuello y él estaba sobre mí comiéndome los pechos, a la vez que se bajaba el mahón. Luego me arrancó las bragas, haló el cordoncito del tampón, lo echó a un lado, se colocó un preservativo y me empotró la polla con premura, una y otra y otra vez. Mi fin era correrme y, concentrada en ello, obvié el escozor que comenzó en mis nalgas y se extendió hacia la espalda, adjudicándoselo a la maleza. En un giro inesperado, el que estaba sobre mí disminuyó la velocidad y se detuvo  para rascarse una pierna, pero yo, que estaba a punto de correrme, apreté mis piernas alrededor de su cintura para instarlo a que siguiera. Él logro coordinar la rascada con sus movimientos pélvicos y yo me aliviaba moviendo el cuerpo hacia él rítmicamente hasta que me corrí.

Cuando él se separó, caímos de pie como impulsados por resortes, rascándonos a saltitos: él, los pies, las piernas y las manos; yo, la espalda, las nalgas y los muslos. Una colonia de hormigas grandes y coloradas mordía nuestros cuerpos. El picor y las ronchas me recordaron el incidente por varios días. Mi compañero y yo nunca mencionamos el tema, es más, creo que nunca más cruzamos palabra porque no podía mirarlo sin que me picara el culo, again.




ST. ELMO’S FIRE

Era una noche de final de verano, de esas calurosas, de las de sudar en la ducha, de los de las sábanas pegajosas y boca seca.

En el cine de verano de la costa daban una de esas de Hollywood de los 80  y los cuatro nos dispusimos a pasar una velada de pipa y maíz. Solo por estar juntos y porque había resaca… de mojitos. El verano había sido intenso.

Javi y Mar se miraban demasiado y se reían bobaliconamente hasta de sus predicciones meteorológicas,

JAVI.- QUÉ CALOR¡¡

MAR.- jijijiji si… jijijiji

Y luego vendrían los rubores.


Animado por la banda sonora ochenteray los vapores de la cerveza fría, me decidí a intentarlo una vez más con Ana, sentada estratégicamente a dos sillas de mí, como diciéndome que entre ella y yo, lo mejor una distancia prudencial.

Ana, ojos color miel, melena rebelde, boca pequeña de grandes gestos, nariz de mohines delatores… Ana de risa amable y musical que sin embargo era capaz de dejar seco a cualquier conquistador de tres al cuarto con solo mirarle como solo ella sabía hacerlo.

Yo miraba a Javi intentado buscar su complicidad, casi suplicándole para que en un movimiento estratégico intercambiáramos asientos, pero mi aliado estaba inmerso en el triángulo RobLowe, Andrew McCarthy y Demi Moore… implacable Joel Shumacher.


Fue en los títulos de crédito cuando acepté mi destino, di el último trago a mi cerveza y de una calada volví a la realidad… inalcanzable Ana.

De vuelta al apartamento, mirando al techo, inmerso en mis pensamientos, escuché unos gemidos ahogados… intuí que Mar y Javi habían derribado sus ya débiles muros.

Bien entrada lamañana, me levanté dispuesto a preparar el último desayuno del verano, algunos necesitarían reponer energías, pensé… tostadas con aceite, zumo de naranja, café recién hecho… 

El primero que salió de la habitación fue Javi, nos miramos y sonreímos, ahora sí cómplices.

Más tarde se levantaron las chicas, que se sentaron una junto a la otra, ellas se miraron dulcemente…. Y de repente se besaron tierna y largamente en la boca.

Les serví un café con tostadas y recodamos nuestro verano de costa… seguimos siendo muy buenos amigos.






Diecisiete años recién cumplidos, de los de antes. Toda la ensoñación en la cabeza y pocos acontecimientos vividos.

Una invitación en un bonito sobre malva anuncia el enlace de un pariente cercano.  Es una oportunidad,  para conocer al chico de tu vida. Por aquél entonces en el cine encandilaba una película  “Dirty Dancing”   y como una  Baby  (Jennifer Grey) cualquiera eliges despacio el vestido adecuado que realce el baile tan esperado, ése baile.

Llega el día. Ilusionada,  a la expectativa te vistes despacio,  a juego zapatos y bolso, maquillaje ligero pero cuidado  y ese aire de inocencia como perfume.

Concluida la ceremonia y ojeados los posibles pretendientes poco a poco la expectativa desaparace. No bailarás ese baile. Resistes.

Suena la última canción y ahí te ves, en cuclillas como una cría feliz bailando “Los Pajaritos”.



Pensó que le hubiera gustado beber martinis secos, ser una mujer frívola descarriada, escandalosa, una chica Warhol rebelde e histérica, fumadora compulsiva de More mentolados, sensual y misteriosa. Quizá un poco anoréxica y envidiosa o cocainómana. Daba igual, porque hasta eso hubiera sido mucho mejor. Pero de ninguna manera desayunar coloridos cócteles de tranquimacines y diazepanes, follar sin orgasmo ni temblores como una perra vieja, engullir sin hambre. Asistir impasible a su propia muerte en vida como si se tratara de alguna terrible noticia del telediario, de las que se alternan entre macarrones, mayonesa, ketchup y ese silencio indiferente lleno de masticadas.

—Me das asco —dijo, y se cortó las venas de la muñeca izquierda con un único movimiento certero y preciso.
Cuando abrió los ojos su marido estaba a su lado con una camisa a cuadros y el bigotito recortado:
—Nos diste un susto de muerte, ¿en qué diablos estabas pensando? Ni siquiera sabes cómo matarte.


¿Una cagada de mi vida?
Esta:
Semanas planeado un encuentro amoroso,
mi jefe,
meses detrás de mi coño,
llega el ansiado día.



Él, está deseando mojar,
corre con los gastos,
buen hotel,
cena de gourmet,
marisco y champagne.
Brillante al dedo,
se gasta un sueldo,
me adora y quiere hacer el amor conmigo.
Empezamos con caricias y besos
nos arrancamos la ropa
en la alfombra, sin tiempo de llegar a la cama
estamos follando, subo las patas,
una pata a cada lado,
las cruzo,
entre ellas, el director de informática
babeante de lujuria
con ganas de aliviarse.
De pronto
¡zas!
Un chorongo
que sale
por mi ano,
procedente de mis intestinos.
Se acabó el polvo, me trago el brillante.





Renuncié a las deportivas y al vaquero.Me excedí en rimmel y en escote.

Y cuando lo tuve enfrente ocurrió ese consabido momento: el  mundo  que nos rodeaba desapareció.

Le apunté directamente desde mi silla con los pezones y toda mi intención hasta que lo noté algo turbado. Le mantuve la mirada sin  bajar ni un milímetro las pestañas mientras me afanaba en cortar el filete y mi mensaje era claro: como te resbales chaval no te escapas ni dando brincos....Y él, cada vez más turbado. Hasta que con un hilo de voz me dijo: nunca lograrás cortar así la carne y me señalaba a las  manos, apropiadas de ambos tenedores.

Tiré  del "tragametierra" para arriba y sin pestañear le encajé entre pecho y espalda: "Es una costumbre ancestral en mi familia deslumbrar al acompañante con esta técnica, desconocida en esta parte del mundo..."

Y es que una tiene mucho que agradecer a las grandes divas de la escena. Nada como sentirte  una Bette Davis
 


5 comentarios:

  1. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡que asco¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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    1. Que te da asco?
      Que no haya mas escritos?
      Pobre florecilla silvestre
      Te pondremos mas.

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    2. Que te da asco?
      Que no haya mas escritos?
      Pobre florecilla silvestre
      Te pondremos mas.

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  2. ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡qué asco¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡

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