18 jun 2014

AMOR POR ENCIMA DE TODO.

Cada noche escuchaba su respiración acelerada, su nerviosismo en la piel caliente que se acercaba a la mía y se separaba al instante. Una vuelta, otra y a levantarse.
- Donde vas
- Tengo jaqueca, voy por algo
Esperaba su llegada al tálamo, ya ajado de los desencuentros, con sus suspiros de ansiedad y sus giros bruscos que no eran más que gritos desencajados.

Hacia un año que no la tocaba. El día que me casé un colega me dijo: “Déjala descansar un mes y ella te dejará tres”. Patología popular, mas que sabiduría porque mi mujer estaba cada vez más nerviosa y al parecer no se resignaba.
(Podría buscarse un maromo, pensaba, harto de tanta solicitud, súplica tácita)

La última vez me empleé a fondo; cuando casi la tenía al borde del abismo y yo paranoico incapaz de aguantar mi orgasmo, su desistimiento y las lágrimas amargas de dolor me abortaron la culminación del último ocho mil. El dolor de huevos era la penitencia por no haberme abandonado hacía minutos a mi cuerpo y haber eyaculado entre espasmos egoístas, pero no, decidí esperarla y llegar a meta al tiempo.
- No puedo, de verdad, no puedo. ¿En quien estás pensando?
Era verdad que podría haber estado pensando en Juan, que tantas veces me hizo tocar el cielo, o en Chelo que tenía esa sabiduría en su boca de seda, pero no.
Generalmente cuando estaba con ella, mi único y verdadero amor, solo quería estar con ella, con nadie más, pensaba en ella y quería que fuese feliz conmigo ella, nadie más. Cierto; en alguna ocasión, noches de tedio y rutina, me vi obligado a meter en mi cama a alguien para poder alcanzar el orgasmo pero eso había sido hacia siglos; en aquella postrer ocasión, quería estar a solas con ella y así era…, pero ella…, recelaba…
(Hacia ya diez años de la intempestiva declaración de amor incondicional por SMS de un prescindible Manuel que de forma inconveniente recogió ella)

Vale, soy un cabrón con pintas, e incapaz de resistirme a una solicitud que lleve implícita una rendida declaración de amor, pero también es verdad que le he demostrado infinitas veces, que la quiero solo a ella.

Llevábamos un año acostándonos juntos y no tocándonos. Esa noche. Fue la noche. Yo insomne, ella desatada me echó la pierna por encima y no fui capaz de racionalizar que debía seguir castigándola sin mi sexo, porque en realidad me castigaba yo viéndola sufrir.
Me arrimé. Escuché el sutil cambio de ritmo respiratorio que se aceleraba y mis dedos comenzaron a medir sus curvas. Los jadeos fueron de inmediato tan violentos que mi cuerpo reaccionó violentamente y ella me lo exigió. Y no se lo di. La hice gozar, sufriendo mi distancia durante dos horas al cabo de las cuales me daba la impresión que mi lengua estaba con Juan más que con mi mujer; tamaños de sexo.
Tuvo dos orgasmos seguidos y se quedó dormida, yo ninguno y me quedé tan fresco, hacia tiempo que sabía que el orgasmo es nada más que la zanahoria que te hace avanzar y siempre te deja exhausto y con hambre.


Mientras dormía plácidamente me dediqué a acariciarla los cabellos sudosos y enmarañados, a rozar la seda de sus labios con mi lengua y gozar de la soledad en compañía de la mujer que había conseguido no solo darme hijos sino hacerme absolutamente feliz. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario