Da tres pasos titubeantes, se para y niega con la cabeza, se gira y maldice entre dientes. Escupe sin saliva. Tendrá unos ochenta años y usa gafas de aviador. Sus andares lo llevan en rodeos inexplicables de una baldosa a otra, buscando la trayectoria que le evite tocarse con alguien. Hay algo de arrogante en su manera de caminar sin moverse del sitio, calibrando las amenazas.
Vuelve a negar, vuelve a escupir, vuelve a bailar.
-¿Por qué se paran en la puerta del restaurante, obligándome a tocarlos, o hablarles? ¿Por qué me quieren hacer caer?- Debe pensar.
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