El cambio de hora le había sentado fatal, el tiempo corría despacio en el reloj, sin embargo la noche cada vez llegaba más temprana. Aunque no le apetecía nada era 31 de octubre, tenía que salir de compras, ¿Quien mejor que ella? Siempre ella, corriendo, ocupada en mil cosas bobas. No le dio más vueltas cogió las llaves, se colgó el bolso y salió dando un portazo.
Todo el camino fue intentando no pensar, pero la maldita radio no sintonizaba ninguna emisora y aquella carretera tan solitaria siempre la había puesto de los nervios, así que decidió canturrearse algo, más concretamente la de “El de en medio de los Chichos”… Dicen que el que canta, su mal espanta.
Nada más llegar a la ciudad tuvo una sensación extraña, algo en el ambiente le provocaba inquietud. Se dirigió a la tienda de ultramarinos, la de siempre, la que se encontraba en el número seis de la calle Ancha y justo cuando estaba en el semáforo esperando para cruzar, frenazo en seco de un coche y una cría de seis gatos negros cruzando la calle, el coche allí parado esperando, se fija mejor en la conductora y….¿Margarita Seis dedos al volante?
Entro en la tienda un poco contrariada y en ese momento recordó que con las prisas no había tomado la pastilla, sería eso, es que el dolor de muelas es muy jodido.
Compró la calabaza más grande que había y se fue con ella al Starbucks más cercano, se sentó en la mesa que daba a la calle, colocóla Ruperta en la silla de al lado y se pidió un café, le dio un sorbo mientras miraba distraída por la ventana y de repente, se le escapa un alarido, todo el mundo mirando, la camarera corriendo hacia su mesa…
Compró la calabaza más grande que había y se fue con ella al Starbucks más cercano, se sentó en la mesa que daba a la calle, colocó
-No, mucho peor.
-No entiendo
-La Caballé en la ventana cantándome la de la lotería de navidad.
La camarera se quedo mirándola extrañada, aunque ella adivinaba cierta sorna en su media sonrisa, así que pagó, agarró su Ruperta y se largo.
Según iba andando hacía la tienda de licores pensando en lo que había ocurrido, recordó que con las prisas no había tomado la pastilla, sería eso, es que las piedras en el riñón son muy jodidas.
Dobló la esquina y entró en aquel oscuro callejón y... ¡un fantasma! No, pero no de los que llevan sábana, uno de los que llevan gabardina se la abren y sacan un maní, se quedó allí parada sin saber que hacer, hasta que dos lágrimas como puños aparecieron en sus ojos, como serían que hasta al fantasma le dio pena y le ofreció su pañuelo, a lo que ella muy sensata dijo que no, cualquiera tocaba aquello sin latex de por medio.
Entró en la tienda y compró todos los licores de la lista, una caja llena y así cargada se fue hacía la gasolinera de al lado de los aparcamientos, entró en el autoservicio y compró unas cuantas de bolsas de caramelos y golosinas, pagó y al salir se fijó en el muérdago que colgaba del dintel de la puerta y en ese momento casi rozándose con ella, su sueño, su anhelo, su… Era lo más parecido al mismísimo Johnny Deep que había visto en su vida, instintivamente entornó los ojos, sacó su morrito de choto y... un empujón que casi la tira al suelo...¡la rubia siliconada besando a su Johnny bajo el muérdago!
Se metió en el coche cabreada, no podía quitarse la imagen del beso de la cabeza, no paraba de darle vueltas ¡Esa rubia!...¡Esa rubia! Y entonces una sonrisa diabólica se dibujo en su cara, las rubias en las pelis de terror siempre se las cargaban las primeras, eso si, no sin antes darle unas cuantas de carreras con las lolas fuera, no por nada, sino porque siempre las pillan en mitad de un polvo, nada de sutilezas ni de duchas a lo Hitchcock...¿Pa qué?
Ya se encontraba un poco mejor cuando: frenazo, volantazo, trompito, airbag. No lo podía creer, de dónde había salido aquella chica en mitad de la curva, encima iba en camisón. Con la cabeza mareada salió como pudo del coche a ver que le había ocurrido, pero por más que la buscó, ni rastro de ella. Necesitaba tranquilizarse, así que se encendió un cigarro, temblorosa todavía del susto, le daba caladas de manera compulsiva, no entendía nada y justo cuando comenzaba a calmarse, desde el bosque el crujido de la hojarasca seca, algo o alguien se acercaba:
-¡Oh no! ¡Esto si que no!..No, No, No….¡La madre de Bambi!
Toda su infancia traumatizada y ahora estaba allí delante de ella, echando espumarajos por la boca y mirándola como poseída.
Arrancó, puso el monovolumen a todo lo que daba y salio de allí como alma que lleva el diablo, aparcó justo delante de casa, se cargó con todo lo que había comprado y al ir a abrir la puerta...
¡Sorpresa!
Al menos treinta personas a lo Thriller, con su marido a la cabeza disfrazado de Michael Jackson:
-¿Truco o trato?
A lo que ella, tirando al suelo y haciendo añicos todo lo que llevaba, le respondió:
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