7 jun 2015

LA VENTANA DE LA INDISCRETA


Flora, Rosa para sus padres, decidió abandonar su trabajo como representante de maderas nobles para puertas en la firma ALCOR & NOQUE, s.l., para dedicarse por completo a su pasatiempo favorito: espiar desde su ventana (con la ayuda de un telescopio montado sobre un trípode), a las vecinas del bloque de enfrente.
Las conocía a todas de arriba a abajo (a algunas más por arriba y a otras más por abajo, según la posición del trípode). Sabía todo lo que había que saber sobre ellas: sus manías, sus defectos, sus lunares, sus tonterías..., en fin todo. Todo menos sus nombres. Flora no sabía cómo se llamaban, y esto llegó a obsesionarle de tal modo, que fue, y se enteró.

Hizo fichas de cada una de ellas, fichas con sus datos personales, medidas, fotos de carnet, de cuerpo entero, de cuerpo y medio, etc.); montones de fotos de sus vecinas con las que había empapelado su habitación.

Hacia turnos, alternando los horarios, de tres horas ininterrumpidas delante de la ventana de cada una de ellas durante las 24 horas del día. Su hermana, que estaba internada en un monasterio desde que vio un programa entero de Isabel Gemio, se preocupaba por la insana actividad de ella, e incluso un día llegó a decirle "Flora, pisha!, eso que tienes entre las piernas es el telescopio,  el trípode…?  Si parece un móvil", pero ni por esas.
Su hermano, con muy buen ojo clínico, intentó hacerle com­prender , a base de golpes de voz, que eso que hacía no era normal. Pero Flora no prestaba atención a nadie, ni siquiera a su hermano , no hacía el menor caso.

Los ojos se le salieron de las órbitas de tanto apretarlos contra la mira del telescopio, o la pantalla. La columna se le atrofió de tal forma que ya no lograba ponerse de pie; enfermó gravemente por falta de oxigenación y se murió.

El médico dijo que murió por una hepatitis, pero todos en el barrio sabían de muy buena tinta que Flora murió por indiscreta.

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