Flora, Rosa para sus padres, decidió abandonar su trabajo como representante de maderas nobles para puertas en la firma ALCOR & NOQUE, s.l., para dedicarse por completo a su pasatiempo favorito: espiar desde su ventana (con la ayuda de un telescopio montado sobre un trípode), a las vecinas del bloque de enfrente.
Las conocía a todas de arriba a abajo (a algunas más por arriba y a otras más por abajo, según la posición del trípode). Sabía todo lo que había que saber sobre ellas: sus manías, sus defectos, sus lunares, sus tonterías..., en fin todo. Todo menos sus nombres. Flora no sabía cómo se llamaban, y esto llegó a obsesionarle de tal modo, que fue, y se enteró.
Hizo fichas de cada una
de ellas, fichas con sus datos personales, medidas, fotos de carnet, de cuerpo
entero, de cuerpo y medio, etc.); montones de fotos de sus vecinas con las que había
empapelado su habitación.
Hacia turnos, alternando los horarios, de
tres horas ininterrumpidas delante de la ventana de cada una de ellas durante
las 24 horas del día. Su hermana, que estaba internada en un monasterio desde
que vio un programa entero de Isabel Gemio, se preocupaba por la insana
actividad de ella, e incluso un día llegó a decirle "Flora, pisha!, eso
que tienes entre las piernas es el telescopio, el trípode…? Si parece un móvil", pero ni por esas.
Su hermano, con muy buen ojo clínico, intentó hacerle comprender , a base de golpes de voz, que eso que hacía no era normal. Pero Flora no prestaba atención a nadie, ni siquiera a su hermano , no hacía el menor caso.
Su hermano, con muy buen ojo clínico, intentó hacerle comprender , a base de golpes de voz, que eso que hacía no era normal. Pero Flora no prestaba atención a nadie, ni siquiera a su hermano , no hacía el menor caso.
Los ojos se le salieron
de las órbitas de tanto apretarlos contra la mira del telescopio, o la
pantalla. La columna se le atrofió de tal forma que ya no lograba ponerse de
pie; enfermó gravemente por falta de oxigenación y se murió.
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