22 dic 2014

ESTÁN TODOS INVITADOS...


"Están todos invitados" rezaba un cartel a la entrada del edificio. Joe llevaba varios minutos observando el gran inmueble y la puerta, preguntándose si la invitación sería extensiva a un indigente muerto de frío. Era un novato en lo de vivir en la calle y aun sentía que le quedaban cosas por perder, como la vergüenza o la dignidad.
Así que se estrujaba los sesos observando el portalón de madera y la fachada de ladrillo rojo tratando de decidir qué hacer.
Tal vez dentro pudiese comer algo y seguro que podría calentarse un poco. Con suerte, incluso habría chicas bailando. En la calle veía pasar a cientos de ellas embutidas en sus abrigos, pero joder, verlas meneando el culo soñando con llevarse a alguna a casa era algo que echaba de menos. Demasiado bonito para no pensar que había trampa.
De la nada se había materializado un tipo enchaquetado junto a él. De esos que llevan un maletín de cuero de marca y abrigo de paño tres cuartos sobre el traje a medida.
-¿Qué, amigo, se decide a entrar o no?
-Desconfío. Me da que en cuanto entre y me vean, me echan. ¿Por qué no entramos juntos?
-Yo no pinto nada ahí. Debe ser algo de caridad. Me paré solo porque me diste curiosidad.
-Tal vez haya chicas.
El desconocido soltó una carcajada hastiada
-Créame, amigo. Si ahí dentro hubiese tías que mereciesen la pena, no estarían todos invitados.
-Usted es de ese tipo de personas que no necesita soñar ¿Cierto? Si quiere algo lo paga y punto, sin que medie espera o ilusión.
-¡No se ofenda, hombre! Mire, me llamo Julio, ¿Le apetece tomarse una copa? Seguro que le viene bien, y se me ocurre que entretanto podríamos observar qué se cuece aquí.
-Me vendría mejor comer algo, ya puestos.
-Podríamos arreglarlo. Acompáñeme.
Se instalaron en una mesa alta adosada al ventanal del café, al otro lado de la calle peatonal, desde la cual podían ver si alguien entraba a o salía de aquel edificio. Todos parecían tratar con deferencia al tal Julio, y enseguida trajeron a Joe un par de sándwiches y un whisky. A Joe le resultó raro comerse un mixto bebiendo McCallan, pero no estaba en situación de mostrarse remilgado.
-¿Por qué me invitaste, Julio?
-Supongo que aun puedo comprar un rato de charla.
-Confías mucho en tu dinero y te crees que eso es seguro, pero incluso eso se puede esfumar en cualquier momento. ¿Era amigo tuyo?
-¿Amigo mío?... No sé a quién te refieres.
-Al tipo por el que te dejó tu mujer.
-Chico listo. No, no era amigo mío.
-Pues igual que te pusieron los cuernos, podrían haberte estafado y a ver cómo te pagas la compañía entonces.
 -Ya ves que hay ilusiones que no se pueden comprar, es la maldición de aspirar a cosas inmateriales.
-Recordaré eso cuando vuelva a dormir en una cama caliente y tal vez llore un rato por ti, Julio.
Joe se arrepintió inmediatamente de decir eso, después de todo, con él había sido muy amable.
Sin embargo, Julio se sonrió con la cabeza agachada, en gesto de negación.
 -¿Cómo acabaste en la calle, Joe?
-Malas decisiones. Siempre son malas decisiones. Lo jodido de una decisión es que hasta que no sufres sus consecuencias te parece correcta.
-Ya... Pero tú no pareces un tipo que haya perdido todas las oportunidades. Es decir, aún no se te puso cara de desheredado, ya sabes, a veces miras a alguien y sabes que ya nada lo podrá salvar.
-¿Tú me ofrecerías un trabajo?
-Honestamente, no.
-Pues no me toques los huevos. Mira, hay chicas, te lo dije.
Julio se volvió en su silla. En efecto, había dos chicas jóvenes paradas donde antes habían estado ellos, en actitud similar. 
-Espera aquí, Joe. Voy a hablar con ellas.
Al cabo de unos minutos, regresó acompañado de las dos chicas. Iban maquilladas y cuando se quitaron los abrigos, se hizo evidente que pretendían salir de fiesta.
-Mirad, este es mi amigo Joe. Joe, ella es Maribel, y tú eras...
-Claudia.
Las chicas parecieron incomodarse un poco con su presencia, pero aún así lo saludaron.
-No tienen aspecto de ser amigos -Soltó Claudia sin pensar.
-En realidad Joe y yo nos preguntábamos que habrá ahí dentro, como parecíais hacer vosotras. Él cree que debe tratarse de una especie de fiesta, y yo que es un comedor social.
-A mi me suena a religión. O peor, una secta. Seguro que en cuanto entras se te echa encima un montón de gente de buen rollo para convencerte de la felicidad de la nueva era -intervino Mari.
-¡Joder, ya saltó la testigo de Jehová reconvertida!
Todos se echaron a reír con el comentario de Claudia y eso distendió el ambiente. 
-Tomaos algo, anda. Es pronto para llegar a ninguna fiesta. A menos que os esperen ya...
-Ahórrate las sutilezas, Julio. No hay novios esperando, ni fiesta. Salimos sin plan, a ver que nos encontrábamos.
-Por eso os parasteis a mirar.
-Obvio, pero no nos convencía.
-Entonces, ¿qué os pido?
-Ginebra, la que te parezca.
Julio pidió las ginebras y otra ronda de whisky. Cuando las sirvieron, Joe se echó un trago y preguntó a las chicas:
-¿No tenéis familia esperando? Me parece raro que andéis por ahí una noche tan señalada.
Claudia miró a Maribel, negando imperceptiblemente. Julio no se percató porque estaba mirándole las tetas, pero a Joe el gesto no le pasó inadvertido.
-Vinimos aquí a pasar unos días porque necesitábamos cambiar de aires. A veces apetece quitarse un poco de en medio.
Joe percibió la incomodidad y decidió cambiar de tema.
-Entonces, ¿entramos cuando nos acabemos esto? No me creo que no os pique la curiosidad.
-¡Bah! -intervino Julio- lo que sea que haya dentro no va a ser mejor que esto. Tomémonos unas copas y que le den por culo, a mi me apetece más quedarme un rato con vosotros.
Poco a poco, la charla se fue perdiendo en todo tipo de temas y derroteros.
A medida que las copas iban haciendo efecto, y por momentos, Joe se sentía devuelto a otros tiempos mejores. Julio resultó ser un amante frustrado de las artes, y Maribel una bromista nata. La única que se mantenía un poco al margen era Claudia, pero aprovechando una de las ocasiones en que fue al baño, Maribel les contó que había tenido problemas de drogas, y que no acababa de superar la depresión que arrastraba desde hacía tiempo. De hecho, ese había sido el motivo de su viaje, apartarla de las fiestas en familia, que la ponían peor, y de amistades inconvenientes. Desde ese momento, despertó cierto cariño en ellos.
Todo marchaba como la seda hasta que Julio decidió darle otro empujón a la velada:
-¡Oidme! No esperaba a nadie esta noche, pero por algún motivo, lo dejé todo dispuesto para la celebración. ¿Por qué no os venís todos a casa y celebramos la Navidad juntos?
Por un momento, a Joe se le iluminaron los ojos.
-¡Oh, gracias! -dijo Maribel- pero mejor no. Teníamos pensado buscar cualquier sitio para cenar, y después buscar alguna disco, o así. Conocer gente de nuestra edad y eso. ¿Lo entiendes, verdad? De hecho ya deberíamos irnos.
-Sí, ya deberíamos irnos -apostilló Claudia.
-Por supuesto, lo entiendo.Pasadlo bien, chicas.
Joe no hablaba. Se despidió con un gesto mientras cogían sus cosas y se marchaban. Después, quedaron en silencio hasta que de nuevo, Julio decidió romperlo.
-¡Al carajo! Me parece que voy a llamar a un par de putas y decirles que se traigan algo con lo que colocarnos. Vente conmigo, Joe.
-Paso. No quiero hacerme ilusiones para despertar mañana y tener que volver a la calle. Si me quieres ayudar, déjame algo de pasta. En cualquier, caso, gracias.
Julio sacó la cartera y le metió un par de billetes de cincuenta en el bolsillo de la chaqueta.
-Gracias a ti, Joe. Cuídate.
-Pásalo bien, tío. Hasta otra.
Joe se apresuró en cruzar de nuevo la calle hasta un bazar que seguía abierto en la esquina y compró un par de mantas baratas. De vuelta, le echó un último vistazo al cartel, sin llegar a detenerse.

"Están todos invitados"

Dentro, todo se había dispuesto de manera que fuese cual fuese la necesidad o ánimo de quién llegara, se pudiese satisfacer. Había habitaciones con camas confortables. Salas de juego. Un salón con un proyector de cine. Comida, bebida, libros. Había salones con sofás para poder sentarse a charlar, reservados para practicar sexo, una capilla por si alguien quería orar. También había otras habitaciones con equipos de música y salones de baile.

En el salón principal, junto a la chimenea, Mr. Scrooge se sentía extrañado de que nadie hubiese entrado aún, y se empezaba a preguntar para qué habrían ido a tocarle las narices los fantasmas.




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