Por los caminos recorridos he ido recogiendo piedras de diferentes colores, texturas, composición y forma. Con el tiempo aprendes a reconocerlas, incluso esquivarlas pero algunas te las quedas.
Las guardo en un tarro de cristal. De vez en cuando las aireo y les quito el polvo.
Intento recordar en qué lugar tropecé, reconocí la piedra y me sorprendo, a veces, sonriendo.
Fue un buen tropiezo, me llevo a coger otra senda.
También tengo, en el mismo recipiente, piedras talismán, esas con las que tropiezas después de una tormenta. Las coges, las aprietas fuerte notas su energía encapsulada a través del tiempo. Son brillantes. Reflejo de la permanencia por millones de años.
Unas junto a otras van conformando una hilera de vida vivida, necesarias todas.
En otras ocasiones la piedra fue pedrusco, casi montaña, lanzada directamente al centro de mi universo. En choque brutal, rompiendo estructuras que creía sólidas.
De ésas uno nunca se olvida. Después del desastre, curiosamente, sirven para construir nuevos cimientos.
Éstas no están en el tarro de cristal, éstas se llevan puestas, ya desmenuzadas, integradas en el ser. Ya no pesan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario