Estados Unidos. Mi marido, yo y dos de nuestros hijos, no dirigimos a la bonita ciudad de Jackson Hole (Wyoming), muy cerca de una de las entradas al Yellowstone National Park. Pretendemos dormir allí para, al día siguiente, conocer y disfrutar del impresionante parque.
Hemos recorrido muchos kilómetros en coche, la mayoría autopistas cómodas, con poco tráfico y velocidad limitada. Es un viaje relajado y feliz
Entramos en una carretera secundaria. Hay muchos señales de tráfico avisando del peligro de animales en libertad. Es ya de noche y circulamos despacio pero, de forma inesperada, unos ciervos se nos atraviesan en la carretera. Frenamos, todo se queda en un buen susto, pero decidimos parar para reponernos un poco.
Bajamos del coche y contemplamos la belleza del lugar. Estamos rodeados de montañas, la luna llena lo ilumina todo. Escuchamos el ruido del agua de un río, pero no podemos verlo por la vegetación que lo oculta.
Comenzamos a hablar y...¡el señor Eco! Los cuatro habíamos escuchado alguna vez nuestro eco, pero no con esa fuerza y claridad. Gritamos, cantamos, llamamos a nuestras personas queridas, especialmente a nuestro tercer hijo y hermano, que se había casado dos días antes...y, sobre todo reímos, mucho, siempre con el señor Eco, con el que permanecimos bastantes minutos.
Aquel paisaje, aquella noche de luna llena y, sobre todo, la compañía del señor Eco, quedó en nuestro recuerdo como un momento mágico en nuestra vida.
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