Camina con paso firme, alegre.
Su pelo revuelto cubre parte de su mirada.
Esos ojos negros, brillantes, no desafían, son cálidos y dulces.
Su boca sonríe.
Extiende su mano estrecha y larga que aprieta con fuerza.
Y su voz:
Buenas tardes, me alegra encontrarte de nuevo.
Es bello, como un animal, quizás ya domesticado pero algo en él conserva ese aroma primigenio de hombre libre. Y es un niño.
También a mi me alegra. Le digo
No puedo dejar de sentir cierta emoción, mezcla de recuerdo lejano y admiración.
¿Quieres un café y me enseñas tus trabajos?
¡Claro!
Y su sonrisa aumenta dejando ver su entusiasmo.
Nos sentamos, abre su carpeta. Se desparrama por la mesa multitud de color, historias con finales y otras por concluir. Es arte.
Y ahí ves su pasión, irrefrenable, arrasadora, ardiente.
Explica el cómo y el porqué de su trabajo que es el de su esencia.
Te transporta y te arrastra.
Pasados dos cafés, satisfecho, orgulloso deja su tarjeta de visita en mis manos, la guardó
cuidadosamente.
cuidadosamente.
Nos vamos a ver muy pronto.
Casi susurro, con la certeza de que, si por mi fuera, ya no le dejaba marchar.
Recoge pausado su trabajo, me mira, sonríe.
Estaría bien. – contesta
Me ofrece su mano, esta vez soy yo quien aprieta, fuerte.
Se va, con su paso alegre, a recorrer todos los caminos.
Es especial, único, como lo que crea imaginando.
Mi pensamiento desea ser él, estar con él.
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