20 mar 2014

LA YOGURTERA...QUE GRAN INVENTO...


Aquella tarde después de mucho tiempo decidió abrir el balcón, que maravilloso espectáculo, los almendros en flor, una y otra vez con una belleza perfecta. ¿Acaso estaba cerca la primavera? El frío y recogido invierno estaba llegando a su fin, sintió un poco de nostalgia al pensarlo, no había estado nada mal, aquella manta que en principio le pareció un horrible regalo de cumpleaños, se había convertido en su fiel compañera de insomnios y tardes destempladas, nunca antes habían acertado tanto con un regalo, desde…

La yogurtera de aquel inolvidable San Valentín, si....apoteósico.

Todavía recuerdo la sonrisa de aquel buen hombre cuando se acercó con un ramo de claveles rojos bajo el brazo, diciendo  – ¡Un eulito!, ¡Un eulito! Y tu hombre “cabal” donde los haya. – ¡Cincuenta céntimos, ni uno más! Como sonreía, que listo el jodío del chino.

¿Y yo?...Explicándole a mi amiga como se hacía el yogurt mientras su marido le compraba el ramo entero de claveles al chino de la China y arrodillado cual Romeo se los regalaba, que momentazo.

¿Y tú?... En un alarde de gallardía y para que no se dijera, vas y le sacas al chino de la China por cincuenta céntimos, aquel capullo rojo que si tirabas de el era un tanguita.  Yo diría que en ese momento, al chino se le escapó una carcajada mientras se alejaba. Como estuviste, ahí, al quite… fino, fino y como me agarré yo a la yogurtera en ese momento, no lo sabes bien.

No faltó nada, es que caíste en todo, porque la cena en “La casa del callo”, tampoco tuvo desperdicio. Mesa para tres, tú y yo, uno enfrente del otro y la yogurtera presidiendo la mesa. De primero callo con garbanzos, de segundo callo en salsa y de postre tocinillos de cielo, todo regado con tinto y gaseosa, café y puro. Anunciándome durante todo la cena que aún quedaban más sorpresas, que lo mejor estaba por venir, cambié el café por tila, serían los callos a deshoras, que dan ardor de estómago.

Y cuando dijiste:
-Vamos a casa, que mañana es otro día muy importante. Como me estremecí al oírte, te acordabas…
- Mi cumpleaños, ¡No!

Dejaba de ser veinteañera, llegaban los treinta, no quería pensar en ello, pero que hubiese hecho yo sin ti, que sorpresa me tenías preparada… A la entrada del piso, un felpudo nuevo con el número treinta, abro la puerta y…una tarta de Bob Esponja con treinta velas, treinta globos en un salón de tres metros cuadrados, un cupón de la once acabado en treinta, una piñata con treinta caramelos Pictolín y…

¿Dónde estabas tú?...Como no podía ser de otra manera, dándolo todo…Que fuerte me abracé a mi yogurtera cuando de repente te veo salir  de la habitación disfrazado de Jesucristo crucificado, treinta y tres tenía, si, eso dicen, es que…¡Clavaito! El único detalle que te faltaba era que en vez de corona de espinas, llevabas en la cabeza el tanga que antes había sido capullo, ¡Qué lástima!.

Abrazada a mi yogurtera, conmocionada todavía y con las lágrimas en la puerta, veo como en un arrebato, te quitas el taparrabos y me enseñas….

¡Un tatuaje recién hecho!… Un corazón sangrando, atravesado por una flecha y algo que no adivinaba a leer, hasta que la inercia me hizo dar un paso adelante hacia tu culo y…..”Amor de madre”.

Como te quedó, que emocionado estabas, y yo, no podía hacer otra cosa, que menos que acompañarte en el sentimiento, derramando lágrimas como puños, sobre mi yogurtera.

¿Y esto a que ha venido? Ahora es la época de los almendros en flor, no la de los higos chumbos.

Os dejo, que hace muy buena tarde y tengo que sacar a pasear a mi yogurtera.

1 comentario:

  1. Al menos tu yogurtera es fácil de transportar y trabaja con electricidad, lo mio es un baúl pesado que solo sirve para acumular propaganda y revistas varias. Me ha gustado mucho.

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